Ficha Técnica
Nº de páginas: 328
Tiempo de lectura:
07h: 48m
Editorial: Alfaguara
Idioma: Castellano
Encuadernación: Tapa
blanda
ISBN: 9788420442556
Año de la edición: 03/11/2004
BIOGRAFÍA
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 - Lima, 2025). Premio Nobel de Literatura, su carrera literaria se inició con el estreno de un drama en Piura y el libro de relatos Los jefes, pero alcanzó notoriedad con sus novelas La ciudad y los perros (1962; Premio Biblioteca Breve y Premio de la Crítica) y La casa verde (1966; Premio de la Crítica y Rómulo Gallegos).
Escribió piezas teatrales —La señorita de Tacna, Kathie y el hipopótamo, La Chunga, El loco de los balcones, Ojos bonitos, cuadros feos, Las mil noches y una noche y Los cuentos de la peste—, estudios y ensayos —García Márquez: Historia de un deicidio, Carta de batalla por Tirant lo Blanc, La orgía perpetua, La utopía arcaica, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible, El viaje a la ficción, La civilización del espectáculo, La llamada de la tribu y La mirada quieta (de Pérez Galdós)—, memorias —El pez en el agua—, relatos —Los cachorros—, obra periodística —El fuego de la imaginación, El país de las mil caras y El reverso de la utopía—, Conversación en Princeton, con Rubén Gallo, Medio siglo con Borges, Dos soledades, Un bárbaro en París: Textos sobre la cultura francesa, y, sobre todo, novelas: Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Elogio de la madrastra, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, El Paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala, El sueño del celta, El héroe discreto, Cinco Esquinas, Tiempos recios y Le dedico mi silencio.
Además de los mencionados, recibió los premios Cervantes, Príncipe de Asturias, PEN/Nabokov y Grinzane Cavour. Fue miembro de la Real Academia Española y de la Académie Française.
Si usted, querido o querida lector/a, siente que su vida discurre últimamente con la misma intensidad emocional que una mañana de niebla en Pontedeume, y que su pulso alcanza picos de adrenalina solo cuando consigue aparcar en batería a la
primera, permítame ofrecerle un consejo infalible: organice un Club de Lectura compuesto por veintidós mujeres gallegas de las Rías Altas y dos hombres (como Javier y un servidor). Créame si le digo que ni las montañas rusas, ni los maratones de series, ni siquiera las facturas de la luz le harán segregar tanta adrenalina como la que corre por las venas cuando semejante batallón lector se entrega a la discusión de Pantaleón y las visitadoras.La
novela de Vargas Llosa, tan llena de humor como de pólvora ideológica, no tardó
ni cinco minutos en convertir nuestra tranquila reunión literaria en un coliseo
romano con aroma a empanada de zamburiñas. El debate fue apasionante,
abundante, y —como dirían los clásicos— subido de tono, aunque
sorprendentemente sin grandes controversias. O eso pensamos los hombres. Las
mujeres, por su parte, detectaron en la historia un aroma a naftalina
patriarcal que podía rastrearse incluso desde 1973, año de su publicación,
hasta los hechos reales de 1956 en el Perú militar.
Yo,
que tuve el honor (o la imprudencia) de abrir el debate, comenté que esta obra
difícilmente superaría el tamiz del feminismo de nuestros días. No había
terminado de pronunciar la palabra “tamiz” cuando Oliva ya había asentido con
la firmeza de quien está convencida de que aquellas visitadoras, pobres almas,
apenas tenían capacidad de decisión y no eran más que piezas intercambiables en
un engranaje militar masculino.
Pilar,
que tiene una puntería dialéctica digna de artillería pesada, dio un paso
adelante y no dejó escapar la oportunidad para señalar —con precisión
quirúrgica— al Ejército como cómplice necesario de la cosificación femenina. A
esas alturas, Pantaleón Pantoja ya estaba siendo sometido a un juicio
sumarísimo cuyo veredicto no parecía especialmente favorable para él.
Javier, siempre dispuesto a aportar datos de campo (nunca mejor dicho), trajo a colación la información sobre “algunas mujeres” —dejando claro que no todas, que nadie le busque problemas— que ejercían la prostitución por voluntad propia para comprarse ropa, mejorar su vida o simplemente porque les daba la gana. Añadió que conocía el caso de un burdel del sur de España gracias a un sargento que hablaba del asunto con la naturalidad de quien comenta el parte meteorológico. Y remató la jugada recordando las visitas asiduas de un tal Arturo Pérez-Reverte, quien, siempre según la leyenda, acudía allí estrictamente en calidad de observador. “Investigación antropológica”, lo llamó él. “Ya…”, respondieron algunas de las mujeres del club levantando una ceja sincronizada como una coreografía de ballet soviético.
El
alboroto seguía creciendo como mar de fondo cuando nuestra querida Chicha, en
su inocencia de alma pura y luminosa, lanzó sin mala intención una pregunta al
aire. Algo así como:¿Y qué pasa con el autor? Entonces propuse: “¿Y qué autor
dejasteis de leer por algún motivo personal?”. Ese fue el equivalente literario
a tirar una sardina encendida en el interior de una meiga. Las mujeres se
lanzaron a la arena con ímpetu épico, y el resultado final fue demoledor: por
goleada unánime, tres nombres quedaron desterrados de la república literaria
del club: Arturo Pérez-Reverte (por motivos ya intuibles), Camilo José Cela
(cuya sombra resulta demasiado alargada incluso para las Rías Altas) y Sánchez
Dragó (sobre el cual no abundaremos por caridad navideña).
Y
así, entre risas, debates, ironías, feminismos, machismos, militares,
visitadoras, escritores exiliados del cariño lector y una energía que ni los
seminarios de autoayuda son capaces de convocar, terminamos nuestra sesión del
Club de Lectura. Una sesión apoteósica, vibrante, con espíritu constructivo y
un inconfundible aire navideño, como si Papa Noel hubiera decidido pasar
revista en un cuartel de Pantaleón.
Pantaleón y las visitadoras tendrá sus virtudes y sus defectos, pero si algo quedó claro es que pocas novelas han generado tanta pasión, risa y reflexión como esta en nuestro pequeño pero intensísimo rincón literario de las Rías Altas. Y, francamente… ¡que siga la fiesta!



