miércoles, 22 de febrero de 2023

SESIÓN IX, POESÍA: Nuno Júdice. "Soirée"

NUNO JÚDICE.

Nuno Manuel Gonçalves Júdice Glória (Mexilhoeira Grande, 29 de abril de 1949) es un ensayista, poeta, novelista y profesor universitario portugués.
Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Lisboa y obtuvo un doctorado de la Universidad Nueva de Lisboa, donde es profesor asociado y donde defendió en 1989 una tesis sobre la literatura medieval. Consejero cultural de la Embajada de Portugal y director deI Instituto Camões en París, publicó antologías, historia, estudios de Teoría de la Literatura y Literatura portuguesa y mantiene una colaboración regular en la prensa. Divulgador de la literatura portuguesa del siglo XX, publicó, en 1993, Voyage dans un siècle de Littérature Portugaise. Organizada la Semana Europea de la Poesía, en el ámbito de Lisboa '94 - Capital europea de la cultura. Es actualmente director de la Revista Colóquio-Letras de la Fundación Calouste Gulbenkian.

Poeta y novelista, su debut literario tuvo lugar con A Noção de Poema (1972). En 1985 recibiría el Premio Pen Club, e Premio D. Dinis de la Fundación Mateus en 1990. En 1994, la Asociación Portuguesa de Escritores, lo distingue por la publicación de Meditação sobre Ruínas, finalista en el Premio Aristeion de Literatura Europea. También firmó obras para teatro y tradujo a autores como Corneille y Emily Dickinson.

Fue director de la revista literaria Tabacaria, publicado por Casa Fernando Pessoa y comisario para el área de Literatura portuguesa en la 49.ª feria del libro de Frankfurt. Cuenta con obras traducidas en España, Italia, Venezuela, Reino Unido y Francia.

El 10 de junio de 1992, se convirtió oficial de la Orden de Santiago de la Espada, y el 10 de junio de 2013, fue ascendido a gran oficial de la misma orden.


SOIRÉE

Íbamos a las óperas del Teatro Juárez , a silbar
a las bailarinas y a abuchear a los maestros. Desde los palcos,
nos insultaban; pero nosotros, en general, les tirábamos
peras y naranjas -recogidas en el camino, de las fincas
de los Señores- y gritábamos “¡Viva el teatro!” ‘Viva
la música!”, con la convicción de los conversos. Después,
en el descanso, nos encontrábamos todos: claque
y oposición; y nos mirábamos con indiferencia, saboreando el café y el aguardiente -en esas veladas lejanísimas del Teatro Juárez. 
Un día, sin embargo, Sara Cervera, la Diva,
entró en el escenario con la expresión divina de los cultivadores
de efemeridad: se dirigió hacia el centro, vacilante,
y miró para nosotros, aquí encima, desafiándonos
con su blanca inseguridad. Nos callamos. Y ella comenzó el canto:
glorificación de un vocabulario cósmico, cuyo sentido
se me escapaba por completo. Me puse en pié; y todos me acompañaron. ¡La oímos así! Las naranjas y las peras quedaron olvidadas en los bolsillos; 
los palcos se vaciaron;
las aves de la Plaza Juárez, esa noche, no cantaron; y
nosotros mismos, a la salida, llevamos con nosotros un
incompleto sabor de eternidad en el alma,
 luces del fin de los tiempos,
un apocalipsis de emociones.
Nunca más volví a la ópera.



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