Autor: “ISLA CORREYERO”
(Miajadas, Cáceres, 1957), es el seudónimo de Esperanza Correyero Rodríguez, una escritora, guionista y POETA española, enfermera, que fue galardonada en 1995 con el premio de poesía "Ricardo Molina" y antologada en Las diosas blancas (1985) de Ramón Buenaventura y en Ellas tienen la palabra (2008) de Noni Benegas. Correyero es considerada por la crítica como parte del nuevo movimiento de poesía española junto con Ana Rossetti, Blanca Andreu y Amalia Iglesias. Estudió periodismo y cinematografía en Madrid. Al concluir la carrera se dedicó profesionalmente a la redacción de guiones para cine y televisión; fue guionista, entre otras, de la serie televisión Quinta planta, de Antonio Mercero. Durante esta época compaginó el trabajo con la poesía y publicó algunos de sus libros de poesía. Isla Correyero trabajó como enfermera durante 13 años en el Ramón y Cajal. De su trabajo como enfermera, un viaje en ambulancia acompañando a una niña, surgió el libro de poemas Diario de una enfermera. Su obra poética ha merecido la atención de la crítica especializada en el estudio de la poesía española de finales del siglo XX y XXI.
PARA
QUIÉN ESCRIBO. 10 de octubre de 1995
Mi hijo de diez años me ha preguntado para quién escribo.
Mi palabra sale de la afonía de una guardia, de un sufrimiento crónico.
Escúchame,
Paolo, yo quisiera escribir para todos los que sufren en esta larga
galería de la muerte.
Para los que lloran por el clima y
desfallecidamente
caen entre las sábanas mojadas.
Para las madres que nunca acaban de perder al hijo estremecido y permanecen a su lado las horas eternas de las tinieblas.
Escribo
para los ancianos sin sucesión ni campos de manzanas que llaman
solitarios a los timbres temblando por su incontinencia.
Para el
bálsamo de su inmovilidad escribo en el lavatorio de sus heces.
Escribo, Paolo, para las alas fosfóricas de la guadaña que pasa cada noche sobre el piso noveno y deja caer su cucharón de palo para comerse al más ausente.
Para
los hijos, escribo, los hijos que fuman los cigarros amargos a
escondidas y lloran lágrimas nerviosas porque aún no han accedido a
la soberanía de la enfermedad.
Para las hermanas levísimas que
besan en los labios y en los dedos la amarilla delicia de la fiebre
de su hermano.
Dulce niño que no comprenderás ahora estas palabras que levanto:
Para los enfermos atados a las camas que ven las rápidas transformaciones de la luna y las tortugas.
Para las esposas continuas que sólo van a casa a lavarse el olor y la vertiginosa lucidez de los zumbidos.
Escribo, Paolo, para el amante que no podrá entrar a besar a su amado y que sufre llamándolo, sin voces: amor mío, amor mío.
Escribo, Paolo, para valorar el trabajo de las limpiadoras que renuevan el hospital y el ruido de la orina.
Para los delicados y sorprendentes celadores, las voladoras cocineras, los peluqueros ágiles, los dóciles suplentes.
Para las enfermeras azules de la eternidad y sus ayudantes, los médicos humildes.
Para los estudiantes que vienen a devorar la enfermedad con su infantil y entusiasmado volumen de primero.
Para la paciencia y la misericordia escribo.
Para declarar que el olor de los medicamentos y las deyecciones precipitan las tragedias.
Para los transplantados, los locos, los quemados, los absortos en el estrabismo de la muerte.
Querido niño azul, yo escribo para los animales que trabajan en el ovillo de la hierba y nunca acaban de vagar por el animalario.
Y sobre todo, sobre todos los seres de este mundo, yo escribo para él, tú ya lo sabes, para él, que se ha ido en esta primavera y se ha llevado todo mi derrumbado diccionario de la medicina.
Correyero, Isla. Diario de una enfermera. Madrid: Ed. Huerga y Fierro, 1996.
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